Hasta un reloj parado consigue estar acertado dos veces al día.


domingo, 3 de febrero de 2013

Lo mejor de mí.

   -¿Recuerdas la familia de nutrias que solía jugar cerca de nuestro embarcadero? ¿Cuando yo era niña?- preguntó finalmente. Sin esperar respuesta, prosiguió-: Papá siempre me llamaba cuando aparecían y me llevaba a verlas. Nos sentábamos en la hierba y observábamos cómo chapoteaban y se perseguían las unas a las otras. Recuerdo que pensaba que eran los animales más felices del mundo.
   -Lo siento, pero no entiendo adónde quieres ir a parar con esta...
   -Volví a ver una familia de nutrias -la interrumpió Amanda-. El año pasado. Cuando fuimos de vacaciones a la playa, visitamos el acuario en Pine Knoll Shores. Tenía muchísimas ganas de ver la nueva sala que habían abierto. Probablemente, le hablé a Anette una docena de veces sobre las nutrias que había detrás de nuestra casa, y ella también se moría de ganas de verlas, pero, cuando finalmente estuvimos allí, no fue lo mismo que cuando yo era pequeña. Vimos as nutrias, sí, pero estaban durmiendo en un rincón. Aunque nos pasamos bastantes horas en el acuario, no se movieron en ningún momento. Cuando salimos, Anette me preguntó por qué no estaban jugando. No supe qué contestarle. Pero despues me sentí... triste, porque comprendí por qué no jugaban esas nutrias.
   Hizo una pausa y deslizó el dedo por el borde de la taza de café antes de mirar a su madre a los ojos.
   -No eran felices. Las nutrias sabían que no vivían en un río de verdad. Probablemente no entendían por qué había sucedido tal cosa, pero parecían comprender que estaban en una jaula de la que no podían salir. No era la la clase de vida que habían esperado, ni siquiera la que querían, pero no había nada que pudieran hacer para cambiar las circunstancias. 
   Por primera vez desde que se había sentado a la mesa, su madre no pareció segura sobre qué decir. Amanda apartó la taza de café antes de levantarse de la mesa. Mientras se alejaba, oyó a su madre carraspear y se volvió hacia ella.
   -Supongo que me has contado esa historia por algún motivo, ¿no?- preguntó su madre.
   Ella le dedicó una sonrisa cansada.
   -Sí- contestó con una voz suave-. Así es.

   Como habréis comprendido, este texto es de un libro. Cuando lo he leído, he comprendido perfectamente lo que quería expresar esta persona, quizá será porque lo he vivido. Es una especie de sensación de que el destino no te ha tratado demasiado bien. Es pensar: si el destino no me ha tratado bien hasta ahora, ¿por qué se iba a portar bien en el futuro? Hasta hace poco, no creía en el destino. Es más, no sé si existirá algúna especie de Dios, pero lo que tengo claro es que ahí fuera hay algo, ya sea una energía, un karma, o simplemente el destino, pero sea lo que haya ahí fuera, creo en ello. Y no sé si me gusta creer en ello, porque no me complace pensar que mi destino está escrito y que no puedo hacer nada para cambiarlo. Este texto es la sensación de vivir una falsa vida, de vivir una vida de plástico.


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